¿CUÁNDO COMIENZA EL HOMBRE A UTILIZAR A LOS ANIMALES CON FINES TERAPÉUTICOS?
La relación del perro y el hombre viene siendo muy estrecha desde hace muchos años, existiendo claros ejemplos en la historia de su domesticación desde antaño. Esta relación ha sido ocasionada por los múltiples beneficios que al ser humano le aporta.
Históricamente los animales han formado parte de programas terapéuticos, con el fin de ayudar a las personas. Los griegos, daban paseos a caballo como parte de las terapias para levantar la autoestima de las personas que padecían enfermedades incurables.
En el siglo XVII, se realizaron programas con animales, en el que el caballo era un compañero más, en las terapias de tratamiento y rehabilitación de personas con un alto grado de discapacidad.
William Tuke, fue el pionero en el tratamiento de personas con enfermedades mentales, sin métodos coercitivos, intuyó que los animales podían propiciar valores humanos en enfermos de tipo emocional, aprendiendo autocontrol, mediante refuerzo positivo.
En el siglo XIX, la literatura médica, ya contenía referencia sobre la bondad de montar a caballo para tratar la gota, trastornos neurológicos y la baja autoestima.
Posteriormente en 1897, los animales intervinieron en el tratamiento de personas con epilepsia, en Bethel, Bielfield, Alemania. Hoy en día, es un sanatorio que atiende a 5.000 pacientes aquejados de trastornos físicos y mentales, y en el que los animales forman parte activa del tratamiento, en donde cuidarlos es una parte importante del programa.
Pero fue en 1953, cuando Jingles, el perro del psiquiatra Boris M. Levinson, le sugirió su potencial como “coterapeuta”. Quizás es gracias a Jingles y a su dueño, el Dr. Levinson, que hoy en día podemos aplicar de manera rigurosa y científica, terapias asistidas por animales.
El “descubrimiento”, en palabras del propio Dr. Levinson aconteció de la siguiente manera: “Una mañana temprano, Jingles estaba acostado a mis pies, mientras yo escribía en mi despacho, cuando sonó el timbre de la puerta. A Jingles no le estaba permitido entrar en la consulta cuando atendía a mis pacientes, pero ese día no esperaba ninguno hasta varias horas después. Jingles me acompañó a la puerta donde recibimos a una madre y a su hijo muy alterados, varias horas antes de su visita. El niño había pasado ya un largo proceso terapéutico sin éxito. Le habían prescrito la hospitalización, y a mí me visitaban para que emitiera mi diagnóstico, y decidía si admitía como paciente al chico, que mostraba síntomas de retraimiento creciente. Mientras yo saludaba a la madre, Jingles corrió hacia el chico y empezó a lamerle. Ante mi sorpresa, el chico no se asustó, sino que lo abrazó y comenzó a acariciarlo. Cuando la madre intentó separarlos, le hice señas de que los dejara. Antes del final de la entrevista con la madre, el chico expresó su deseo de jugar con el perro. Con unos auspicios tan prometedores, comenzó el tratamiento de Johnny.
Durante varias sesiones jugó con el perro, aparentemente ajeno a mi presencia. Sin embargo, mantuvimos muchas conversaciones durante las cuales estaba tan absorto con el perro que parecía no escucharme, aunque sus respuestas eran coherentes. Finalmente, parte del afecto que sentía por el perro, recayó sobre mí y fui conscientemente incluido en el juego. Lentamente, logramos una fuerte compenetración que posibilitó mi trabajo para resolver los problemas de Johnny. Parte del mérito de la rehabilitación hay que dársela a Jingles, que fue un terapeuta muy entusiasta”.
Posteriormente, y empujados por el trabajo de Levinson, Samuel y Elisabeth Corson, se embarcaron en un programa para evaluar la viabilidad de la terapia asistida por animales en un entorno hospitalario, obteniendo excelentes resultados.
Resaltar también el trabajo llevado a cabo por David Lee, un asistente social psiquiátrico del Hospital Estatal de Lima, Ohio. Una instalación para personas con enfermedades mentales peligrosos. Los animales actuaron de catalizadores de interacciones sociales entre el personal y los pacientes y entre los mismos pacientes.
En cuanto al perro guía como compañero de personas invidentes, en el año 1250 a.C. en China, con la pintura Primavera en el amarillo, y posteriormente en el año 70 a.C. en Pompeya, con una representación de similares características. Ambas imágenes mostraban personas carentes de visión acompañados de un perro.
A nivel escrito, la documentación acerca de los perros guía es mucho más reciente, siendo el señor Reisenger, en 1730, el narrador de una experiencia en el entrenamiento de un perro, como medio de ayuda para la movilidad, y en el que detalla la forma en que se le enseñó, con la ayuda de personas videntes, a localizar objetos, buscar entrada, puertas, etc.
Este ha sido un breve repaso histórico de la evolución de las terapias asistidas con animales, existe muy poca literatura que reconozca la existencia de estas terapias, pero como hemos podido leer llevamos apoyándonos en los animales con fines terapéuticos desde antaño.
Pilar Fraga
Terapeuta con Animales